martes, 19 de febrero de 2008

Los futbolistas-cantores


Julio Iglesias dejó una carrera de arquero por la música y el famoso golero de la selección argentina, Julio Elías Mussimesi, quien vino a Guayaquil con Newell’s Old Boys en 1951 como nos lo recordaba Luís Armando Pólit, fue un gran cantante de tangos y chamamés. Nuestro fútbol tuvo también sus cantantes. El inolvidable Carlos “Guapala” Paladines y Rafael Cabrera formaron la oncena de Liga Deportiva Estudiantil que derrotó al Juvenil Esparta, de Tocopilla, Chile, el 4 de enero de 1932 en bronco partido. Para la época ya eran famosos como dúo que amenizaba las veladas de Liga. En la del 18 de junio de 1934, en el Teatro Edén, cantaron el pasillo Ojos glaucos y el tango No esperes corazón, entre las aclamaciones del público. Tanto fue su éxito que ese mismo año integraron la Caravana Artística Columbia con el “Pollo” Enrique Ibáñez Mora y el dúo Calero González.

Eloy y Romualdo Ronquillo forman parte de la historia gloriosa del viejo Panamá de “Cuchucho” Cevallos, Fonfredes Bohórquez, Alfonso Suárez, “Chocolatín” Hungría y el “Manco” Arenas. Eloy se consagró en la titularidad en Millonarios de Colombia entre 1940 y 1947. Marino Ronquillo, hermano de Eloy y Romualdo, también se calzó los botines, aunque no llegó tan alto como sus hermanos. Pero fue un triunfador en la “Corte Suprema del Arte”, un programa radial en la que Pablo Vela Rendón promovía nuevos artistas. Con un nombre artístico: Marino Alvarez. En las tardes futboleras del viejo Estadio Capwell, de un bar que funcionaba en un chalet en la esquina de Quito y San Martín, salía la voz de Marino en lo que fueron sus éxitos: Gotas de Lluvia y Secretos, que no hemos vuelto a oír más.

El “Negro” Raúl Illescas destrozaba rockolas y corazones con un lloroso valse peruano: Nunca podrán. Las tardes de los domingos, en el Capwell, los delanteros rivales lo destrozaban a él cuando salía como golero de Rosarinos en los torneos de ascenso. Su mejor garantía era un back central moreno que cuando terminaba el partido circulaba por la general vendiendo el “turrón manabita” que él mismo fabricaba. Ni “el rey del valse criollo” ni el turronero pudieron impedir las goleadas a Rosarinos que llegaban puntuales.

Julio Rubira era ya en 1951 un prometedor futbolista de la selección del Vicente Rocafuerte, físico-culturista y jugador de hockey en patines. El 10 de mayo se presentó en el tetro Olmedo en la despedida del profesor rumano de lucha libre, Moisés Rudaev, integrando un grupo de pulsadores y equilibristas llamados “Los magos de la Acrobacia” con el “Cura” Suárez, Mario Franco, Homero Campuzano y Alberto Bayas. El 6 de octubre de ese año se inició como canatante en la inauguración del Casino Victoria del Hotel Humboltd, de Playas, en cartel con el consagrado Hugo Romani y la orquesta de Julio Oyague. El 7 de septiembre de 1953 debutó en la primera categoría como centro medio de Emelec en un amistoso con Unión Deportiva Valdez, en Milagro. Con sus canciones llenó una época del bolero romántico y en el acetato y en la memoria de los jóvenes de entonces quedaron Despedida y Albricias, dos bellos boleros. ¿Volveremos a oír sus discos?

Hace pocos domingos hablamos de Bobby Bermúdez y su debut como arquero de Ferroviarios en la serie de honor del fútbol porteño. Jorge Akel lo bautizó hace poco como “El Pelé del arco” porque, según la contabilidad de Jorge, le hicieron más de mil goles. Bromas aparte, en los bailes del Vicente, del Normal y del Guayaquil arrobadas chiquillas le pedían a Bobby el que fue su hit: el bolero moruno Dos cucres. Es que Bobby, además de buen arquero, fue vocalista de la gran orquesta Blacio Juniors. Años después cambió de ritmo y grabó una canción movida de tema hípico. ¿Qué tal si toda esa música la oímos hoy en el programa de Bobby en el Sistema de Emisoras Atalaya?
(Febrero 25 de 1990)

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