Una de las más grandes figuras del deporte guayaquileño de todos los tiempos, Ernesto “Cuchucho” Cevallos, falleció hace pocos días. Veteranísimo pero lleno de vitalidad, caminaba siempre por las calles de la ciudad mostrando ese temperamento alegre y dicharachero que lo hizo famoso desde que apareció en los cadetes del Panamá en 1928, proveniente del equipito barrial de Colón y García Moreno donde jugaba con “Machete” Arteaga, “Rey” Benavides, Pedro Gallardo y otros. Fue primero famoso como boxeador, tal como lo recordó en sentida nota Ricardo Chacón, y deslumbró con su fútbol apenas vistió la listada camiseta del Panamá. Tuvo una actuación formidable ante los chilenos del Audaz Italiano en 1933 como lo anotamos hace unos domingos. Formó esa vez como “half”, aunque era puntero derecho, y fue la mejor figura del encuentro, porque el fútbol no tenía secretos para él. Anotó el primer gol del cotejo a los 9 minutos driblando a tres rivales y poniendo un cañonazo a media altura que derrotó al arquero chileno Steffani para propiciar la gran levantada de los “panamitos” que transformaron una segura derrota en una impresionante victoria por 6 a 3. En la gira por Colombia, en 1934, que duró cinco meses y en la que Panamá logró 8 victorias, 4 empates y 2 derrotas, fue un jugador magistral en una línea que integró con Antonio Abril, Manuel Arenas, Fonfredes Bohórquez y “Machete” Elizalde, alternando con el chileno Enrique Lamas, Jorge Ladrido y Luís Zunino.
De espíritu nómada, en Colombia lo tentó el Independiente Rivadavia, de Mendoza, Argentina, y se fue con el equipo por la parte norte del continente. Después se embarcó en aventura con el Atlético Corrales, de Paraguay, y con ellos anduvo jugando por América un año entero. Tal como nos lo contaba uno de sus mejores amigos, Enrique Vergara Montiel, fue también profesor de árbitros y dio cátedra dirigiendo partidos. Pícaro y travieso, no olvidó nunca al niño que vivía dentro de él. Uno de los que más lo conoció es el mago del piano y gran señor de la amistad, Pepito Barroso. El nos contaba: “Yo lo vi hacer ‘la bicicleta’ cuando era wing derecho del Panamá, antes de que lleguen los años 40. Era guapo de verdad, se fajaba sin temor cuando le buscaban pleitos, pero era un caballero intachable. Pos eso siempre tuvo amigos que lo quisimos mucho. Con él vivimos una bohemia elegante e inolvidable. Yo tocaba con la orquesta Siboney y en los bailes del American Park, a media fiesta, aparecía Cuchucho y se subía al escenario. Tomaba las maracas y nos acompañaba marcando el ritmo y bailando con la gracia de los verdaderos atletas”. El dolor de su partida alcanzó a una gran legión de deportistas que lo acompañaron a su última morada. Pero no estuvo ningún dirigente de las entidades a las que tanto entregó. Ni siquiera los del Panamá, cuya bandera debió haber ido sobre su féretro. Mas, no importa. Nadie que lo haya conocido podrá olvidar al inmenso y querido Cuchucho Cevallos.
De vuelta de Nueva York, pero sólo de visita, está en Guayaquil uno de los grandes del Barcelona de los años dorados: Luís “Niño” Jurado. No sé por qué lo de niño porque en la marca de los punteros no andaba con infantilidades. Jugaba al fútbol y daba así como recibía: sin chistar. No había llegado aún la época del drama novelesco y la simulación que vivimos hoy con los súper profesionalizados cracks. Apareció en el Idolo el 5 de octubre de 1952, el mismo día en que debutó Clímaco Cañarte, un jovencito de 16 años que haría una gran historia, al inicio de la segunda vuelta, haciendo pareja con Juan Benítez, a quien reemplazaría definitivamente. El 19 de octubre ya salió con el “Pibe” Sánchez ante el Everest y el 26 del mismo mes jugó su primer Clásico. Debutó internacionalmente el 4 de diciembre ante Huracán de Buenos Aires de Gaggino, Romeral, Valeriano López, Ricagni, Bediales y Pellegrina. Allí se consagró al entrar a los 20 minutos por lesión de Benítez, cumpliendo una soberbia actuación. Fue aquel día en que reforzaron al Idolo los argentinos Angel Perucca, Oscar Contreras y Vicente Gallina. Pero lo que más se recuerda de Jurado fue aquel Clásico del 18 de noviembre de 1956. Ya estaba entonces una de las defensas más famosas de Barcelona: Jurado, Sánchez y Luciano Macías. Ese día, ante 30 mil personas que reventaban el Capwell, Jurado fue a buscar un balón que perseguía también “Bomba atómica” Guzmán. Fue como el choque de dos trenes. El corpulento Guzmán quedó inconsciente. Jurado sufrió fractura de nariz y una profunda herida en la frente. Le colocaron un enorme vendaje y se alistó Miguel Esteves para el cambio. Jurado exigió volver al campo. Al minuto despejó de cabeza y la venda se tiñó de sangre. La gente gritaba que lo sacaran pero Jurado se negaba a salir. Se lanzó a los pies de Jorge Larraz y ambos cayeron. Luego chocó con el “Flaco” Raffo y saltó más sangre de su maltratada frente. Así completó el partido para una victoria inolvidable de Barcelona con dos goles de Enrique Cantos.
(Mayo 27 de 1990)
De espíritu nómada, en Colombia lo tentó el Independiente Rivadavia, de Mendoza, Argentina, y se fue con el equipo por la parte norte del continente. Después se embarcó en aventura con el Atlético Corrales, de Paraguay, y con ellos anduvo jugando por América un año entero. Tal como nos lo contaba uno de sus mejores amigos, Enrique Vergara Montiel, fue también profesor de árbitros y dio cátedra dirigiendo partidos. Pícaro y travieso, no olvidó nunca al niño que vivía dentro de él. Uno de los que más lo conoció es el mago del piano y gran señor de la amistad, Pepito Barroso. El nos contaba: “Yo lo vi hacer ‘la bicicleta’ cuando era wing derecho del Panamá, antes de que lleguen los años 40. Era guapo de verdad, se fajaba sin temor cuando le buscaban pleitos, pero era un caballero intachable. Pos eso siempre tuvo amigos que lo quisimos mucho. Con él vivimos una bohemia elegante e inolvidable. Yo tocaba con la orquesta Siboney y en los bailes del American Park, a media fiesta, aparecía Cuchucho y se subía al escenario. Tomaba las maracas y nos acompañaba marcando el ritmo y bailando con la gracia de los verdaderos atletas”. El dolor de su partida alcanzó a una gran legión de deportistas que lo acompañaron a su última morada. Pero no estuvo ningún dirigente de las entidades a las que tanto entregó. Ni siquiera los del Panamá, cuya bandera debió haber ido sobre su féretro. Mas, no importa. Nadie que lo haya conocido podrá olvidar al inmenso y querido Cuchucho Cevallos.
De vuelta de Nueva York, pero sólo de visita, está en Guayaquil uno de los grandes del Barcelona de los años dorados: Luís “Niño” Jurado. No sé por qué lo de niño porque en la marca de los punteros no andaba con infantilidades. Jugaba al fútbol y daba así como recibía: sin chistar. No había llegado aún la época del drama novelesco y la simulación que vivimos hoy con los súper profesionalizados cracks. Apareció en el Idolo el 5 de octubre de 1952, el mismo día en que debutó Clímaco Cañarte, un jovencito de 16 años que haría una gran historia, al inicio de la segunda vuelta, haciendo pareja con Juan Benítez, a quien reemplazaría definitivamente. El 19 de octubre ya salió con el “Pibe” Sánchez ante el Everest y el 26 del mismo mes jugó su primer Clásico. Debutó internacionalmente el 4 de diciembre ante Huracán de Buenos Aires de Gaggino, Romeral, Valeriano López, Ricagni, Bediales y Pellegrina. Allí se consagró al entrar a los 20 minutos por lesión de Benítez, cumpliendo una soberbia actuación. Fue aquel día en que reforzaron al Idolo los argentinos Angel Perucca, Oscar Contreras y Vicente Gallina. Pero lo que más se recuerda de Jurado fue aquel Clásico del 18 de noviembre de 1956. Ya estaba entonces una de las defensas más famosas de Barcelona: Jurado, Sánchez y Luciano Macías. Ese día, ante 30 mil personas que reventaban el Capwell, Jurado fue a buscar un balón que perseguía también “Bomba atómica” Guzmán. Fue como el choque de dos trenes. El corpulento Guzmán quedó inconsciente. Jurado sufrió fractura de nariz y una profunda herida en la frente. Le colocaron un enorme vendaje y se alistó Miguel Esteves para el cambio. Jurado exigió volver al campo. Al minuto despejó de cabeza y la venda se tiñó de sangre. La gente gritaba que lo sacaran pero Jurado se negaba a salir. Se lanzó a los pies de Jorge Larraz y ambos cayeron. Luego chocó con el “Flaco” Raffo y saltó más sangre de su maltratada frente. Así completó el partido para una victoria inolvidable de Barcelona con dos goles de Enrique Cantos.
(Mayo 27 de 1990)
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