El ciclismo guayaquileño se inició cuando terminaba el siglo XIX gracias al empuje de la Empresa del Sport que regentaba don Eleodoro E. Rites. El escenario era un improvisado velódromo ubicado en el viejo hipódromo de la calle Chimborazo y las carreras de ciclismo matizaban las pruebas hípicas. Después se construyó otro velódromo en el Jockey Club, inaugurado en octubre de 1905 y allí siguieron las carreras de bicicletas hasta 1921 bajo la organización del Club Internacional de Ciclismo. Las calles fueron también propicias para las pruebas y allí apareció en 1919 un joven más bien pequeño pero con una rara habilidad para los deportes pues no sólo brillaba en la bicicleta sino que destacaba también en tiro al blanco, ajedrez, fútbol y remo. Más tarde la emprendió también con el maratón. ¿Su nombre? Reinero Casanova Intriago. En 1929 Gabino Tobalina, gran ciclista de la época, lo inquietó para hacer un raid a Salinas y allá viajaron por los polvorientos caminos de ese entonces para probar que era factible programas una carrera entre las playas salinenses y Guayaquil. A partir de 1921 Casanova fue el as del ciclismo nacional. Ganó en Quito, el 10 de agosto, las dos carreras en las que intervino, y corrió el raid Quito-Riobamba-Quito con gran éxito. El 12 de octubre venció en las Cien Vueltas a la Paza del Centenario y se proclamó ganador del “Pediclismo” (atletismo y ciclismo), dos maratones, pruebas de tiro al blanco y lanzamiento del peso, aparte de integrar el equipo de fútbol de la Asociación de Empleados.
En 1924 empezó a hablarse de la carrera Salinas-Guayaquil sobre 160 kilómetros llenos de anfractuosidades, gradientes, sarteneja y polvo. La partida se iba a dar desde el parque del balneario a las 6 de la mañana y los jueces fueron J.M. McAllister y John Tower, principales de las empresas petroleras peninsulares. La prueba tendría, según los cálculos, más de 12 horas de recorrido y el sitio de llegada iba a estar situado en 9 de Octubre y Pichincha, donde se iba a instalar un teléfono conectado con el del Ferrocaril a la Costa, a través del cual iba a informarse al público las incidencias de carrera. La ruta obligada de los participantes era la carretera que usaban los automóviles, sin utilizar ningún desvío, so pena de descalificación por los jueces que se iban a ubicar en los controles. El 8 de octubre, día de la prueba, figuraban inscritos Reinerio Casanova, Segundo Biaggi, N. Tobar y el santaelenense Armando Gómez.
Una gran cantidad de público despidió a los corredores a las 6.20 de la mañana cuando McAllister agitó la bandera a cuadros de largada. En los rústicos caminos un auto iba señalando el derrotero a los pedalistas que se encorvaban sobre sus máquinas tratando de evitar la nube de polvo que les hacía perder de vista. En el carro oficial iban John Tower y Enrique Roca, representante de los corredores porteños. Tras los ciclistas iba otro vehículo que llevaba a Mc Allister, Albino Marengo, representante de la Federación Deportiva Guayaquil, y el Dr. J.A. Malavé Sicouret, médico oficial de la prueba. En el primer momento fue Biaggi quien encabezó el pelotón, pero al pasar por Santa Elena fue Casanova el que se adueñó de la punta, Sudorosos, con el rostro cubierto de polvo que impedía reconocerlos, a las 9 de la mañana pasó Casanova por Zapotal. Llevaba 7 minutos de ventaja sobre Biaggi, 15 sobre Tobar y 45 sobre Gómez quien apenas pasado el pueblo se arrimó a la cuneta y abandonó la prueba. Casanova seguía sacando ventaja sobre Biaggi y Tobar. Había completado cinco horas de carrera cuando saludó a los aficionados en San José de Amén. Se lo notaba fresco y animoso pese al sol que amenazaba con deshidratarlo. En Guayaquil una multitud seguía con entusiasmo cada uno de los reportes telefónicos. Faltaban cinco minutos para las 12 del día cuando Casanova fue divisado en medio de una tormenta de polvo, cruzando por Standar Oil. Tenía media hora a su favor sobre los rivales. Más de 9 horas llevaba Reinerio sobre su pequeño vehículo subiendo y bajando cuestas, cuando levantó la vista buscando las peuqeñas casas de Chongón. El polvo adherido a sus pestañas, endurecido con el sudor, hacía difícil la visión, pero no le impedía mostrar sus ojos ansiosos. Estaba sintiendo el esfuerzo. Biaggi venía descontando la ventaja y estaba ahora a 16 minutos del puntero. Tobar había desistido al llegar a Chongón, tras más de 10 horas de incesante padaleo.
Ahora la meta era Guayaquil. El sol iba declinando. Casanova extremó sus esfuerzos pues había salido a recibirlo sus parciales. Ya alcanzaba a divisar Cerro Azul. Guayaquil estaba cerca. Al Boulevard llegaban ya los carros acompañantes. Bondadosas aficionadas bajaban de sus casas recipientes con agua para que los recién llegados sacaran al polvo de sus rostros. Al fin pudieron hablar: Casanova venía primero, pero Biaggi estaba muy cerca y podía haber una sorpresa. Reinerio alcanzaba a ver el puente del American Park al que rebasó para avanzar por 9 de Octubre hasta bordear el Centenario y tomar otra vez la arteria principal del puerto. La gente se arremolinaba a su paso para vivarlo. El entusiasmo fue incontenible. Por fin cruzó la línea de sentencia pero no alcanzó a bajar de su bicicleta: una muchedumbre lo tomó en brazos para pasearlo entre vítores. Eran las 5.42 de la tarde. Había cumplido la prueba en 11 horas y 22 minutos. Doce minutos después llegó Segundo Biaggi, el otro bravo corredor, quien también fue paseado por los fanáticos. El promedio de Casanova fue de 15,15 kilómetros por hora, excelente para el terrible camino que debió recorrer sobre su bicicleta Bianchi, a la que no tuvo que cambiar ningún neumático. Ya recuperado del esfuerzo subió al podio de premiaciones para recibir una bicicleta Hirondelle. Reinero Casanova y Segundo Biaggi cumplieron así una de las jornadas más brillantes de los tiempos heroicos del deporte guayaquileño ese inolvidable 8 de octubre de 1924.
(Octubre 21 de 1990)
miércoles, 14 de octubre de 2009
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