El Clásico será siempre propicio para una cita con la nostalgia. Porque algunos nacimos a la pasión futbolera en los viejos tablones del Estadio Capwell y podemos decir como Alfredo Di Stefano: “Aquel fútbol que ví de pibe de era hermoso, fuerte fino. Tenía que ver con el arte”. De los que hicieron ese fútbol y animaron los Clásicos, uno no están más en este mundo, aunque viven eternamente en la memoria de los que los vimos en la plenitud de su clase. Para nosotros fue un ídolo Jorge Cantos Guerrero, aquel muchacho porteño que surgió en el viejo local de LDE en la calle Luque como basquetbolista y aprendiz de boxeador. De allí pasó al Panamá reclutado por ese sagaz buscador de estrellas que fue Dantón Marriott y se encontró con una pandilla de “tocadores de balón”: Angel Isidoro Chévez, Fausto Montalván, Manuel Valle, Galo Solís, Nelson Lara, entre otros. Federico Muñoz Medina se los llevó al Barcelona y allí la dimensión de Jorge Cantos creció como la espuma. Hacía de cada jugada suya una lección de fútbol bello y positivo. Le sobraban coraje y valentía. Néstor Raúl Rossi lo supo aquella noche de agosto de 1949 cuando Barcelona venció a Millonarios de Bogotá. El Narizón tenía fama de bravo y se las tomó con el diminuto Enrique, hermano de Jorge, que había empezado a bailarlo. Ya iba por el tercer trancazo cuando se encontró con Jorge Cantos, en aquel tiempo reputado, junto a Miguelón Carbo, como “el mejor trompón de Guayaquil”. Se dieron de lo lindo. Antes de terminar el primer tiempo, en un choque, Jorge le fue dando en los tobillos al gigantón argentino que cayó al césped. Allí lo cambiaron porque jugaba al filo de la expulsión. Fue uno de los que edificó la idolatría del Barcelona actual y nadie ha olvidado su talento y su bravura. Emilio Lafferranderie (El Veco) dijo de un futbolista argentino lo que hoy podemos decir del inolvidable Jorge Cantos: “Parecía jugar de frac. Le pegaba a la pelota pidiendo perdón para dejarla en los pies de otro compañero sin efectos raros. Como una paloma muerta, lista para leer todas las inscripciones que tenía en su redondez”.
Cuando se encendió la pugna entre los hermanos de barrio, Emelec reforzó su zaga trayendo de Argentina para que haga pareja con el uruguayo Luís Alberto Pérez Luz, a un espigado y elegante back central: Eladio Leiss. Fue en 1950 y el gaucho cumplió una gran temporada. En 1951 se fue a Universidad Católica de Chile con su compatriota Atilio Tettamanti y allí encontraron a otros dos paisanos suyos: Federico Monestés y el inmenso José Manuel Charro Moreno. Emelec lo trajo de vuelta en 19153 y lo plantó junto a otra celebridad: Chompi Henríquez. Jugó varias temporadas descollando en una época de grandes backs: Enrique Flores, Carlos Pibe Sánchez, Eduardo Tano Spandre, Honorato Mariscal Gonzabay, Luís Patón Alvarado y Carlos Castillo. A su lado surgieron dos jóvenes que hicieron historia en Emelec: Jaime Ubilla y Raúl Arguello. Fue un crack y un caballero del césped y fuera de él. Dejó un gran recuerdo.
Cuando Jorge Cantos abandonó el campo de juego frente a Millonarios, lo reemplazó un joven jugador llegado de Bahía de Caráquez en mayo de 1947, procedente de la famosa selección de Manabí que preparó el uruguayo Angel García Valente: Heráclides Marín Barreiro. Temperamental y técnico, Marín tomó la posta de Cantos y obligó a Rossi a que se tranquilizara. Fue seleccionado nacional en 1949 y 1953. Reforzó al recordado Río Guayas el 29 de marzo de 1952 cuando el campeón de Guayaquil midió en gran partido al Deportivo Cali de Feliciani, Cozsenza, el Muñeco Coll y Alejandro Mur en uno de los momentos más bellos del fútbol ofensivo. Estuvo el 21 de mayo del mismo año en la revancha con Millonarios y formó la línea media con los argentinos Héctor Pedemonte y Jorge Caruso para otra gran victoria de los “toreros” por 1 a 0. Río Guayas lo llevó de refuerzo a Colombia y allí alineó como volante con César Solórzano y Oscar Luís Carrara el 8 de abril de 1952 el en último encuentro que jugó Río Guayas, contribuyendo a la victoria ante el América de Cali por 2 a 0. Murió tempranamente en 1961 en un accidente de carretera.
Cuando la memoria “eléctrica” se tiñe de saudades viene al recuerdo el argentino Henry Magri, quien llegó en 1962 para sumarse al “Ballet Azul” de don Fernando Paternoster. Formó parte de un equipo de endiablado toque, el de Orlando Zambrano, Octavio Trillini, Felipe Mina, Walter Arellano, Carlos Pineda, el Loco Balseca, el Pibe Bolaños, el Flaco Raffo, el Maestrito Raymondi, el Pibe Ortega, Juanito Moscol, con Manolo Ordeñana y Ramón Maggereger en el pórtico. Hizo pareja con Carlos Pineda y tocaba el balón con una finura y una delicadeza incomparables. Volvió muchos años después a Guayaquil a dirigir una escuela de fútbol y retornó a Argentina, de donde nos vino la noticia de su muerte repentina.
Envuelto en un drama que no merecía por su sencillez y su historia de hombre de bien, murió hace poco en su Asunción natal Ramón Maggereger, aquel gran arquero que formó en el “Ballet Azul”. Había estado en Nacional de su ciudad natal y en la selección de Paraguay que participó en la Copa del Mundo 1958. De mediana estatura y fornido, era una garantía en el arco emelecista. La gente de las graderías lo bautizó como El Candado e iba a ver en los Clásicos el más sonado duelo de arqueros de la historia de nuestro fútbol: El Candado Maggereger ante el Pez Volador Helinho. Ellos solos llenaban estadios. Nadie sabe que pasó en su mente y en su vida. Murió de una manera triste, en medio del abandono de sus compatriotas, de los dirigentes de los clubes y de la Federación de Fútbol del Paraguay.
Hoy Jorge Cantos, Eladio Leiss, Heráclides Marín, Henry Magri y Ramón Maggereger ya no están con nosotros y muchos los han olvidado. Eduardo Perimbelli dijo en El Gráfico hace muchos años: “El tiempo suele rozar injusticias. Pero la historia tiene a mano a la estadística para ayudar a no cometerlas. En ella descansan, entre años y vivencias, hombres sepultados, escondidos, disfrazados de olvidos. Pero vuelven siempre”.
(Noviembre 4 de 1990)
Cuando se encendió la pugna entre los hermanos de barrio, Emelec reforzó su zaga trayendo de Argentina para que haga pareja con el uruguayo Luís Alberto Pérez Luz, a un espigado y elegante back central: Eladio Leiss. Fue en 1950 y el gaucho cumplió una gran temporada. En 1951 se fue a Universidad Católica de Chile con su compatriota Atilio Tettamanti y allí encontraron a otros dos paisanos suyos: Federico Monestés y el inmenso José Manuel Charro Moreno. Emelec lo trajo de vuelta en 19153 y lo plantó junto a otra celebridad: Chompi Henríquez. Jugó varias temporadas descollando en una época de grandes backs: Enrique Flores, Carlos Pibe Sánchez, Eduardo Tano Spandre, Honorato Mariscal Gonzabay, Luís Patón Alvarado y Carlos Castillo. A su lado surgieron dos jóvenes que hicieron historia en Emelec: Jaime Ubilla y Raúl Arguello. Fue un crack y un caballero del césped y fuera de él. Dejó un gran recuerdo.
Cuando Jorge Cantos abandonó el campo de juego frente a Millonarios, lo reemplazó un joven jugador llegado de Bahía de Caráquez en mayo de 1947, procedente de la famosa selección de Manabí que preparó el uruguayo Angel García Valente: Heráclides Marín Barreiro. Temperamental y técnico, Marín tomó la posta de Cantos y obligó a Rossi a que se tranquilizara. Fue seleccionado nacional en 1949 y 1953. Reforzó al recordado Río Guayas el 29 de marzo de 1952 cuando el campeón de Guayaquil midió en gran partido al Deportivo Cali de Feliciani, Cozsenza, el Muñeco Coll y Alejandro Mur en uno de los momentos más bellos del fútbol ofensivo. Estuvo el 21 de mayo del mismo año en la revancha con Millonarios y formó la línea media con los argentinos Héctor Pedemonte y Jorge Caruso para otra gran victoria de los “toreros” por 1 a 0. Río Guayas lo llevó de refuerzo a Colombia y allí alineó como volante con César Solórzano y Oscar Luís Carrara el 8 de abril de 1952 el en último encuentro que jugó Río Guayas, contribuyendo a la victoria ante el América de Cali por 2 a 0. Murió tempranamente en 1961 en un accidente de carretera.
Cuando la memoria “eléctrica” se tiñe de saudades viene al recuerdo el argentino Henry Magri, quien llegó en 1962 para sumarse al “Ballet Azul” de don Fernando Paternoster. Formó parte de un equipo de endiablado toque, el de Orlando Zambrano, Octavio Trillini, Felipe Mina, Walter Arellano, Carlos Pineda, el Loco Balseca, el Pibe Bolaños, el Flaco Raffo, el Maestrito Raymondi, el Pibe Ortega, Juanito Moscol, con Manolo Ordeñana y Ramón Maggereger en el pórtico. Hizo pareja con Carlos Pineda y tocaba el balón con una finura y una delicadeza incomparables. Volvió muchos años después a Guayaquil a dirigir una escuela de fútbol y retornó a Argentina, de donde nos vino la noticia de su muerte repentina.
Envuelto en un drama que no merecía por su sencillez y su historia de hombre de bien, murió hace poco en su Asunción natal Ramón Maggereger, aquel gran arquero que formó en el “Ballet Azul”. Había estado en Nacional de su ciudad natal y en la selección de Paraguay que participó en la Copa del Mundo 1958. De mediana estatura y fornido, era una garantía en el arco emelecista. La gente de las graderías lo bautizó como El Candado e iba a ver en los Clásicos el más sonado duelo de arqueros de la historia de nuestro fútbol: El Candado Maggereger ante el Pez Volador Helinho. Ellos solos llenaban estadios. Nadie sabe que pasó en su mente y en su vida. Murió de una manera triste, en medio del abandono de sus compatriotas, de los dirigentes de los clubes y de la Federación de Fútbol del Paraguay.
Hoy Jorge Cantos, Eladio Leiss, Heráclides Marín, Henry Magri y Ramón Maggereger ya no están con nosotros y muchos los han olvidado. Eduardo Perimbelli dijo en El Gráfico hace muchos años: “El tiempo suele rozar injusticias. Pero la historia tiene a mano a la estadística para ayudar a no cometerlas. En ella descansan, entre años y vivencias, hombres sepultados, escondidos, disfrazados de olvidos. Pero vuelven siempre”.
(Noviembre 4 de 1990)
3 comentarios:
Muy interesante !!!!!! GRACIAS
Muy Interestante """" GRACIAS
yo soy nieto de julio caisaguano y toda su familia estamos orgullosos de el siempre lo recordamos muchas gracias
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