Fue casi cincuenta años antes de que el incomparable Wacho Muñoz patentara el término “chanfle”. El 8 de octubre de 1923 se disputó el primer encuentro por el Escudo Cambrian. El interior izquierdo del “Team Probable”, Servio Moreno, en el segundo tiempo, jugando contra el campeón quiteño Gladiador en el campo deportivo de Puerto Duarte, rebasó a su celador y avanzó por la línea de corner “cerca de los automóviles” como dijo una crónica de la época, y “dirigió un shoot único y raro, acaso el primero que se haya registrado en los anales del deporte nacional” para vencer al portero quiteño, Enrique Mosquera. Había perplejidad en jugadores y aficionados por el extraño efecto del disparo de Servio que dio una comba y penetró por sobre el golero. Para quienes buscan la partida de nacimiento del “chanfle” en Ecuador por aquí, por este gol del recordado Servio Moreno, podría inscribirse.
El 14 de octubre de 1928, en el Campo Deportivo Municipal en Puerto Duarte, se jugó la final del I Campeonato Nacional de Selecciones por el Escudo Cambriam. Guayaquil estaba representado por los jugadores del General Córdoba que dirigía el inglés William J. Tear. La selección de Guayaquil había derrotado a Los Ríos por 11 a 0 y a Tungurahua por 5 a 0. En la final frente a los quiteños el cuadro guayaquileño alineó a Reinaldo Murrieta; Rafael Sánchez y Alberto Navarrete; Eduardo “Buche” Ycaza, Leoncio Dattus y Teófilo Jiménez; Nicolás “Gato” Alvarez, Ramón “Manco” Unamuno, Carlos Muñoz, Kento Muñoz y Alfredo Rodrigo. A los 30 minutos los guayaquileños iban venciendo por 4 a 0. Se cobró entonces un corner por el “Gato” Alvarez. La bola fue hacia el arco ante la desesperación del guardameta quiteño Aníbal Monge que veía cómo el esférico iba sobrepasándolo hasta penetrar por el ángulo opuesto. Es, como dijo El Universo al día siguiente del cotejo ganado por Guayaquil por 8 a 0, “uno de los tiros más hermosos que se han lanzado en canchas guayaquileñas, de factura `olímpica`, que el esfuerzo de Monge no puede detener”. Habían nacido en Ecuador los “goles olímpicos” que el argentino Cesáreo Onzari inaugurara en su país en 19124 jugando contra Uruguay.
Hay muchos goles inolvidables que seguiremos reproduciendo en esta columna. Obviamente en un día no pueden aparecer todos pero es imposible olvidar uno de Víctor Arteaga. El 30 de diciembre de 1952, en la era de los grandes partidos, los grandes equipos y las grandes figuras en el Estadio Capwell, se midieron Patria y River Plate, campeón de Argentina. En River estaban Carrizo; Pérez y Soria; Yácono, Venini y Ferrari; Vernazza, Prado, Walter Gómez, Labruna y Loustau. Fue el día en que Néstor Raúl Rossi reforzó al cuadro local. River ganaba por 3 a 1 con goles de Labruna, Gómez y Vernazza y descuento de Gonzalo Pozo. Gómez y Labruna habían deslumbrado con tejidas maravillosas. Arteaga y el malogrado Daniel Pinto no se habían quedado atrás. El público aplaudía a rabiar. A los 30 minutos del segundo tiempo los dos criollos burlaron repetidamente a sus rivales. “Pata de chivo” Pinto hizo pasar de largo a Venini y Ferrari y tocó para Arteaga que eludió a Soria y al andar despidió un feroz cañonazo que dejó parado a Carrizo. Cuando Amadeo se volvió para buscar el balón, éste se había quedado aprisionado en la red.
El 31 de marzo de 1965 Emelec enfrentó en el Estadio Modelo a la selección de Paraguay. Con el marcador empatado a un tanto, a los 38 minutos del segundo tiempo, se produjo la jugada con que Jorge Bolaños inscribió su nombre en el libro de los goles inolvidables. Con el talento y la espectacularidad que fueron ingredientes de su fútbol irrepetible, Jorge eludió a un defensa rival. Se lanzó a velocidad con el balón amarrado a sus botines por la raya de fondo y dribló a otro paraguayo. No había ángulo de tiro. Todos, el arquero Galarza incluido, esperaban el centro hacia el area por donde llegaban Avelino Guillén y Bolívar Merizalde como huracanes. El Pibe levantó la mira. Observó a Galarza salido ligeramente a la altura del primer palo, aguardando el centro. Vino entonces la improvisación genial. Tiró al arco un balón elevado, lleno de venenoso efecto. Galarza vio que pasaba cerca de sus manos y comenzó a retroceder desesperado. El esférico empezó a descender y a describir una curva para ir colándose suavemente por el ángulo formado por el larguero y el segundo poste ante la atónita mirada de los defensas guaraníes, los jugadores emelecistas y el público. “Fue un gol más para verlo que para narrarlo” dijo El Universo el 1 de abril. Los argentinos han gastado kilómetros de cuartillas y toneladas cúbicas de tinta para glorificar el gol de Ernesto Grillo a los ingleses en 1956 al que han llamado “el gol imposible”. Si Jorge Bolaños hubiera sido argentino, por éste gol le habían hecho un monumento.
(Marzo 27 de 1990)
El 14 de octubre de 1928, en el Campo Deportivo Municipal en Puerto Duarte, se jugó la final del I Campeonato Nacional de Selecciones por el Escudo Cambriam. Guayaquil estaba representado por los jugadores del General Córdoba que dirigía el inglés William J. Tear. La selección de Guayaquil había derrotado a Los Ríos por 11 a 0 y a Tungurahua por 5 a 0. En la final frente a los quiteños el cuadro guayaquileño alineó a Reinaldo Murrieta; Rafael Sánchez y Alberto Navarrete; Eduardo “Buche” Ycaza, Leoncio Dattus y Teófilo Jiménez; Nicolás “Gato” Alvarez, Ramón “Manco” Unamuno, Carlos Muñoz, Kento Muñoz y Alfredo Rodrigo. A los 30 minutos los guayaquileños iban venciendo por 4 a 0. Se cobró entonces un corner por el “Gato” Alvarez. La bola fue hacia el arco ante la desesperación del guardameta quiteño Aníbal Monge que veía cómo el esférico iba sobrepasándolo hasta penetrar por el ángulo opuesto. Es, como dijo El Universo al día siguiente del cotejo ganado por Guayaquil por 8 a 0, “uno de los tiros más hermosos que se han lanzado en canchas guayaquileñas, de factura `olímpica`, que el esfuerzo de Monge no puede detener”. Habían nacido en Ecuador los “goles olímpicos” que el argentino Cesáreo Onzari inaugurara en su país en 19124 jugando contra Uruguay.
Hay muchos goles inolvidables que seguiremos reproduciendo en esta columna. Obviamente en un día no pueden aparecer todos pero es imposible olvidar uno de Víctor Arteaga. El 30 de diciembre de 1952, en la era de los grandes partidos, los grandes equipos y las grandes figuras en el Estadio Capwell, se midieron Patria y River Plate, campeón de Argentina. En River estaban Carrizo; Pérez y Soria; Yácono, Venini y Ferrari; Vernazza, Prado, Walter Gómez, Labruna y Loustau. Fue el día en que Néstor Raúl Rossi reforzó al cuadro local. River ganaba por 3 a 1 con goles de Labruna, Gómez y Vernazza y descuento de Gonzalo Pozo. Gómez y Labruna habían deslumbrado con tejidas maravillosas. Arteaga y el malogrado Daniel Pinto no se habían quedado atrás. El público aplaudía a rabiar. A los 30 minutos del segundo tiempo los dos criollos burlaron repetidamente a sus rivales. “Pata de chivo” Pinto hizo pasar de largo a Venini y Ferrari y tocó para Arteaga que eludió a Soria y al andar despidió un feroz cañonazo que dejó parado a Carrizo. Cuando Amadeo se volvió para buscar el balón, éste se había quedado aprisionado en la red.
El 31 de marzo de 1965 Emelec enfrentó en el Estadio Modelo a la selección de Paraguay. Con el marcador empatado a un tanto, a los 38 minutos del segundo tiempo, se produjo la jugada con que Jorge Bolaños inscribió su nombre en el libro de los goles inolvidables. Con el talento y la espectacularidad que fueron ingredientes de su fútbol irrepetible, Jorge eludió a un defensa rival. Se lanzó a velocidad con el balón amarrado a sus botines por la raya de fondo y dribló a otro paraguayo. No había ángulo de tiro. Todos, el arquero Galarza incluido, esperaban el centro hacia el area por donde llegaban Avelino Guillén y Bolívar Merizalde como huracanes. El Pibe levantó la mira. Observó a Galarza salido ligeramente a la altura del primer palo, aguardando el centro. Vino entonces la improvisación genial. Tiró al arco un balón elevado, lleno de venenoso efecto. Galarza vio que pasaba cerca de sus manos y comenzó a retroceder desesperado. El esférico empezó a descender y a describir una curva para ir colándose suavemente por el ángulo formado por el larguero y el segundo poste ante la atónita mirada de los defensas guaraníes, los jugadores emelecistas y el público. “Fue un gol más para verlo que para narrarlo” dijo El Universo el 1 de abril. Los argentinos han gastado kilómetros de cuartillas y toneladas cúbicas de tinta para glorificar el gol de Ernesto Grillo a los ingleses en 1956 al que han llamado “el gol imposible”. Si Jorge Bolaños hubiera sido argentino, por éste gol le habían hecho un monumento.
(Marzo 27 de 1990)
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