Uno de los más celebrados actores del Clásico del Astillero es Washington
Muñoz Yance, el recordado Chanfle. Hizo once dianas en los
enfrentamiento con Emelec, la primera de ellas el 10 de junio de 1966 en un
encuentro en que Barcelona cayó ante su encarnizado rival por 3 a 1, goles de
Cirilo Fernández (2) y Ely Durante. Muñoz se había corrido al centro y Luciano
Macías subía como puntero zurdo desde su puesto de marcador. Un centro de
Macías y Muñoz zafándose del acoso de Felipe Mina, con un tirazo de su marca,
venció al desaparecido gran arquero "eléctrico" Ramón Maggereger. El
último de sus goles lo marcó el 24 de mayo de 1975 y eso bastó para la victoria
"torera" por 1 a 0. Wacho Muñoz llegó a Barcelona desde los juveniles
de Liga Deportiva Estudiantil junto al Flaco Guillermo Weisson. No fue
un producto de la cantera del Idolo como lo sostiene un amigo que me desafió a
probar el origen elegolé de Muñoz. La foto que encabeza esta columna es
la prueba. De LDE salieron también para el Idolo Jimmy Montanero, Julio Guzmán
y Manuel Uquillas. A las filas "eléctricas" enriqueció la Liga con
los pases de Jesús Cárdenas y Raúl Avilés.
Medio en serio, medio en broma, siempre se ha hablado de la predilección
que Enrique Cantos tenía por los billetes. Nada de eso es cierto. Era un crack
como pocos han habido y habrán en el fútbol ecuatoriano y perteneció a una
época de líricos que ganaban poco pero hicieron mucho por su club. En esta era
de "inflación" futbolística Cantos, como muchos otros, serían
millonarios. Una anécdota retrata de cuerpo entero al inolvidable Pajarito
o Ratón Sabido y a sus compañeros. Y esto vale para todos los jugadores
de todos los equipos de aquellos tiempos. En noviembre de 1956 Barcelona estaba
quinto en la tabla de posiciones superado por Emelec, Valdez, Everest y Patria.
Si quería jugar el cuadrangular final tenía que ganar a Emelec que marchaba
puntero con gran ventaja. Se midieron en
el Estadio Capwell el 18 de noviembre. En los camerinos el presidente de
Barcelona, Eduardo Servigón, habló con los jugadores: "Muchachos, hemos
resuelto darles como estímulo una prima de mil sucres a cada uno si ganan el
partido. Ustedes saben que no es una obligación pero estamos reconocidos por su
buen cuidado y su disciplina en los entrenamientos". El Pájaro
Cantos tomó la palabra a nombre de los jugadores: "Presidente, no vamos
a cobrar una prima porque vamos a jugar por los colores de Barcelona. A usted y
los miembros de la Comisión les dedicamos por adelantado la victoria".
Cuando salieron al campo del Capwell, dos geniales jugadas de Enrique Cantos
marcaron la victoria barcelonesa en una tarde y noche magistral del astuto
entreala derecho. Así eran los jugadores de entonces.
Ese año 1956 Emelec armó uno de los equipos más poderosos de su
historia. Incorporó a Daniel Pinto, un exquisito del fútbol al que nadie
podrá olvidar después de haberlo visto tejiendo maravillas en el Capwell, y
trajo de The Strongest de Bolivia al argentino Francisco Pugliese, ex Chacarita
Juniors de Buenos Aires. Ese elenco ganó las ruedas en el torneo de 1956 y pese
al repunte barcelonés en la tercera vuelta llegó en el primer lugar y con la
ventaja de un punto al partido de definición el 2 de diciembre. Ese día el
técnico de Emelec, el chileno Renato Panay, introdujo un sistema 4-2-4 al
alinear a Yulee; Ubilla, Cruz Avila, Arguello y Ubilla; Pugliese y Bolívar
Herrera; Júpiter Miranda (Balseca), Mariano Larraz, Raffo y Jorge Larraz.
Barcelona puso a Ansaldo; Jurado, Carlos Sánchez (Bolívar Sánchez) y Macías
(Esteves); Alume y Solórzano; Salcedo, Cantos, Chuchuca, Vargas y Clímaco
Cañarte. Ente 30 mil personas los del Astillero protagonizaron uno de los
Clásicos más vibrantes de la historia. Emelec sólo necesitaba empatar. Dos
golazos del Flaco Raffo marcaron la ventaja inicial que fue descontada
luego por Pelusa Vargas y Chuchuca. Estaban empatados cuando faltaban
diez minutos y la ofensiva barcelonesa era una tromba. Allí se agigantó la
figura de Yulee que hizo atajadas memorables para mantener el empate y llevarse
su equipo un título que había venido labrándolo con clase desde el inicio de la
temporada. Fue un gran año para los hermanos de barrio y para la afición que
gozó momentos maravillosos en esos tiempos del Capwell que muchos seguimos
añorando.
(Diciembre 30 de 1990)
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